TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

jueves, 29 de diciembre de 2011

43.- MARÍA, MADRE DE JESÚS (1 de Enero)

 “Salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Nazaret a Belén por ser él de la casa y de  la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta: Estando allí, se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre   (Lc 2,1-7). 
Entre todos los títulos con que los creyentes honramos a María, el de Madre de Jesús es el más excelente por su propio significado y por ser el fundamento de  los demás.
La madre es el ser por excelencia para todos los humanos; a todos se nos esponja el alma cuando hablamos de ella o cuando la recordamos en la ausencia.
El misterio de la Maternidad divina de María implica una unión total con el misterio de Jesús, Dios hecho carne mortal. María, sagrario del Espíritu Santo y, por tanto, llena de gracia y toda santa desde el primer momento de su existencia inmaculada.
La anunciación es el relato de la obra maestra del Espíritu en María.  María,    portadora del Espíritu y su receptáculo, recibe de El, y sólo de El, la fecundidad de su seno virginal. María es madre, es decir, fecunda, por su  entrega y docilidad al Espíritu Santo, el cual ha tenido necesidad del seno y de la colaboración libre de María; de otra forma, Jesús no hubiera podido ser hombre y, por tanto, hermano de los hombres.
La vida de María es la vida de la Madre que acepta al Hijo. “Hágase en según tu palabra”, (Lc 1,58); que vive con y para el Hijo, ambos unidos en el misterio, hasta  la  prueba  y la cruz, (Jn 19,25). María, por ser su madre, vivió intensamente los avatares de su Hijo, nos dice San Lucas que Ella “conservaba todo en su carazón (Lc 2,51). El corazón es el símbolo del amor y de todos los afectos que llenan la vida de los seres humanos.                                                                                      
El corazón de María es el manantial limpio y puro del que fluye sin cesar el agua del amor y de la entrega total a su Hijo.
Nada se le olvida, nada le parece menos importante; aunque no todo le sea comprensible a plena luz, todo lo conserva en su corazón a la espera de la total comprensión.
María es la “madre del sí”, la siempre dispuesta a cumplir la voluntad de Dios, y es "la madre de la fe”, porque creyó al Señor, fiándose de su palabra y no de los lógicos indicios humanos. Al pie de la cruz donde agonizaba su Hijo, María creyó contra toda esperanza y se convirtió en la Madre de todos los creyentes.

María, Madre del Cristo físico, es también, por voluntad del Hijo, Madre del Cristo místico, el Pueblo de Dios, la Comunidad de los creyentes adoradores de Jesús, la Iglesia. “Esta maternidad espiritual de María perdurará, sin cesar, hasta la consumación de todos los elegidos”. (LG 62).
María, asunta al cielo, junto a su Hijo, está en la mejor condición para engendrar espiritualmente a Cristo en los creyentes y en todos los hombres de buena voluntad, y así lo hace constantemente.
No se trata de elevar a María hasta el nivel de Jesús, ya que El es el único mediador que, por ser Dios recibe nuestra adoración. Ella es su Madre y, por tanto, el primer miembro del Pueblo de Dios, ella es la llena de gracia(Lc 1,28),la bendita entre todas las mujeres (Lc 1,42), por eso recibe nuestro amor y nuestra especial veneración.


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