María se puso en camino
En el momento dela
Anunciación de Jesús, el ángel dijo a María: “Isabel, tu parienta, también ha concebido
un hijo en su vejez, y ya es el sexto mes de la que era estéril” (Lc
1, 36).
En el momento de
Continúa
el relato: “En aquellos días se puso
María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá (1) y
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Así que oyó Isabel el saludo del
María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo y clamó
con voz fuerte: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque así que sonó la
voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño en mi seno. ¿Dichosa
la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor!”
(Lc 1,39-43)
En
la narración evangélica, la
Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación. La
Virgen lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo e irradia
en torno a sí el gozo espiritual.
El Ángel anunció a la Virgen María la
maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios
puede hacer todo cuanto le place. Desde que lo supo, María, no por falta de fe
en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca de
lo indicado por el Ángel, sino por el regocijo de
la noticia y presurosa por el gozo que ésta le causó, se dirigió a la montaña,
al pueblo donde residía Isabel.
La lentitud en el esfuerzo es
extraña a la gracia del Espíritu y María, llena del Espíritu Santo y ajena a todo
esfuerzo, sólo piensa en ayudar a su prima.
Beneficios de la llegada de María
Beneficios de la llegada de María
Bien
pronto se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia
del Señor; pues, con su sola presencia, saltó de gozo el hijo de Isabel, Juan,
destinado a preparar los caminos al Hijo de Dios hecho hombre, e Isabel se llenó del Espíritu Santo.
Donde
está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está el Espíritu Santo.
El “sí” de María en la
Anunciación trajo sobre ella a Cristo encarnado, don supremo
de Dios e hizo que la humanidad alcanzase la cumbre convirtiendo el vientre de la Virgen en morada de la
divinidad.
Isabel
fue la primera en oír la voz de María, pero Juan fue el primero en experimentar,
en el vientre de su madre, la gracia del Espíritu; Isabel escuchó según las
facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del
misterio.
Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la
mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo;
ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus
madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro,
ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.
El niño (Juan) saltó de gozo y la madre (Isabel) fue llena
del Espíritu Santo.
No
se dice que María fuese llena del Espíritu Santo, pues ya lo estaba desde el
momento de su concepción, ya actuaba según el Espíritu y así lo había
corroborado el ángel cuando la saludó con las palabras: “Salve, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1,28) Isabel fue
llena del Espíritu después de concebir a
Juan; María, en cambio, lo había sido antes de concebir a Jesús.
Mutua felicitación y mutua alabanza a Dios
Mutua felicitación y mutua alabanza a Dios
Las
dos madres, llenas del espíritu de Dios, aunque en diverso grado, se felicitan
mutuamente y juntas alaban al Señor que las ha bendecido tan maravillosamente.
María lleva en su seno al Salvador de los hombres, el cual hace sentir sus
efectos en Isabel y en el fruto de su vientre con una santificación prematura.
Con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la
misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra
redentora de su Hijo, pasa a ser el modelo de los que caminan por la vida
llevando la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los tiempos y
lugares.
“¡Dichosa tú que has creído!” dijo Isabel a María. Dichoso el que cree
la Palabra de
Dios y la sigue.
María entona el canto del "Magníficat", alabando la grandeza de Dios y las maravillas que ha hecho en su sierva.
María entona el canto del "Magníficat", alabando la grandeza de Dios y las maravillas que ha hecho en su sierva.
Recuerdo las palabras de Jesús: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos
él y en él haremos morada” Jn 14,23) ¿Puede haber dicha más grande que ser
morada de la plenitud de Dios?
(1) El pueblo de Isabel, hoy se llama Ain Karim, está al sur
de Jerusalén. María tuvo que hacer el viaje con alguna de las caravanas que
iban a la Ciudad Santa.
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