Una ojeada a los primeros discursos de San Pedro, narrados en los Hechos de los Apóstoles, confirma que el centro de la predicación de los apóstoles fue proclamar la muerte y la resurrección de Cristo, en las que se cumplieron las profecías del Antiguo Testamento. Con su muerte y su resurrección Jesús de Nazaret fue constituido, ante todos los hombres, como Señor y Cristo. “Sepa, con toda certeza, la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2,36).
Poco a poco se ensancha el horizonte de la predicación: Se añaden los hechos y las palabras de Jesús que garantizan su divinidad y su mesianismo.
En la elección de Matías para sustituir a Judas, Pedro indica, con claridad y precisión, el contenido de la predicación primitiva: “Conviene que de entre todos los varones que nos han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección” (Hch 1,21-22).
El apóstol es testigo, no sólo de la resurrección, sino de todo aquello que ha vivido y sentido junto a Jesús, porque ser apóstol es comunicar la propia experiencia de Dios en Jesucristo. Claramente lo dice San Juan en su primera carta: “Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando al Verbo de vida.... os lo comunicamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros” ( I Jn 1,1-3).
Los primeros relatos que darán origen a los evangelios sinópticos nacen al poner por escrito esta primera predicación oral de los Apóstoles. Los evangelios no son biografías de Jesús. Recogen de su vida sólo algunos datos que los apóstoles consideraron necesarios para fundamentar la fe de los creyentes, Jesús hizo otras muchas cosas que no están escritas en los evangelios, como dice San Juan en Jn 21,25.
María en la predicación de la Iglesia primitiva
En esta perspectiva, no parece que haya razón para que la Madre de Jesús ocupe un puesto relevante en la predicación apostólica. Su papel fue otro, y se realizó preferentemente en la intimidad del hogar que, en aquellos primeros años, era donde vivía y se realizaba la Iglesia de Jesús. No había templos; la oración y la Eucaristía se celebraban en los hogares de los creyentes cristianos.
Para celebrar el culto, los judíos disponían de sus sinagogas, los cristianos de sus casas particulares. María, incorporada a una de esas iglesias domésticas, sin duda, era querida y respetada por todos por ser la Madre del Señor y, sin duda también, Ella correspondía con amor de madre al cariño de sus hijos espirituales. No hace falta forzar la imaginación para representarnos a María en estos ágapes fraternos. María predicaba a Jesús con su sola presencia, no hacía falta que sobre Ella predicasen los Apóstoles.
Para celebrar el culto, los judíos disponían de sus sinagogas, los cristianos de sus casas particulares. María, incorporada a una de esas iglesias domésticas, sin duda, era querida y respetada por todos por ser la Madre del Señor y, sin duda también, Ella correspondía con amor de madre al cariño de sus hijos espirituales. No hace falta forzar la imaginación para representarnos a María en estos ágapes fraternos. María predicaba a Jesús con su sola presencia, no hacía falta que sobre Ella predicasen los Apóstoles.
MARÍA EN GALATAS 4,4ss.
Esta carta de San Pablo suele fecharse en los años 55-56. En ella no se cita expresamente a María, pero hay una clara referencia a ella de gran contenido.“Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley y para que recibiésemos la filiación adoptiva”.
El contexto: Habla el Apóstol de dos tiempos de la historia de la salvación, el antes y el después de la plenitud, es decir, del advenimiento de Jesús.
Antes: La Ley es la institución socio religiosa más representativa de Israel. La teología judía defiende la justificación por la observancia de los preceptos de la Ley; por tanto, la justificación es algo que el hombre puede merecer.
Después: La justificación se adquiere por la fe, que es un don gratuito de Dios, sin mérito humano alguno.
San Pablo recurre a una institución de la época: el derecho a heredar fundado en la última voluntad del padre. Este derecho no podía hacerse efectivo hasta la mayoría de edad del heredero, mientras tanto se encontraba en la misma condición que los esclavos. Esta era la condición de todos los hombres hasta la venida de Cristo.
La plenitud de los tiempos
Con la encarnación del Verbo llega para la humanidad “la plenitud de los tiempos”, es decir, la mayoría de edad. “Admirable intercambio”, dice el Misal Romano, en el Prefacio III de Navidad, pues El asume nuestra condición de esclavos a la Ley para darnos la condición de herederos, propia de los hijos en su mayoría de edad.
¿Qué significan las expresiones “nacido de mujer” y “nacido bajo la Ley?
Se habla directamente de Cristo e indirectamente de su madre, María.
Dios envía a su Hijo:
a) “Nacido de mujer”, lo que significa que Jesús pertenece a la raza humana y que tiene una naturaleza humana, con todas sus servidumbres.
b) “Sujeto a la Ley”, lo que significa que Jesús pertenece al pueblo judío.
Y todo ello con una finalidad: Que toda la humanidad (no sólo Israel) alcance la libertad de los hijos de Dios, mediante la filiación adoptiva.
¿Qué alcance tiene, en este texto, la alusión implícita a María?
María, al recibir al Verbo en su seno de mujer, se constituye en el eslabón que une lo divino con lo humano. Por ser María una mujer pudo ser madre y su hijo fue un hombre. María prestó su humanidad al Verbo e hizo posible la encarnación del Hijo de Dios.
El misterio de la redención se cimenta en la maternidad humano-divina de María. Sin un hombre-Dios la redención no tiene valor infinito, Sin un Dios-hombre no hay solidaridad, que es la condición necesaria para la total liberación. María, la mujer madre de Dios es garantía de ambas cosas.
No hay antítesis ni contraposición entre María y Cristo. María queda absorbida totalmente y para siempre en el plan salvífico del Padre, quien la incorpora al misterio de Cristo, por medio de la encarnación del Verbo.
La encarnación es el momento cumbre de María, el que da origen a toda su grandeza y santidad; por este momento María ha pasado a la historia, ya nunca será relegada al olvido de las generaciones futuras como lo han sido sus contemporáneas.
Sacar a María de esta incorporación es desfigurar y minar ese misterio central de nuestra fe cristiana.
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