Texto: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel, de parte de Dios, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de Gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar esta salutación.
El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallada gracia delante de Dios, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 26-33).
Introducción: La Mariología de San Lucas se encuentra en el evangelio de la infancia. La figura de María que allí se nos descubre encierra las semillas que, a lo largo de los siglos, fructificarán en doctrinas sobre María que la Iglesia confiesa actualmente como dogmas de fe.
Los títulos de Hija de Sión, Pobre de Yavé, Mujer creyente por antonomasia permitirán después contemplar a María desempeñando una función colectiva como imagen y madre de todos los que en la Iglesia constituyen el resto de los pobres y creyentes en Cristo. El título de “Llena de gracia” se desarrollará, más tarde, en el dogma de la Inmaculada Concepción; María, colaboradora en la obra de Jesús, cristalizará en la de la Iglesia sobre María Corredentora y Medianera de todas las gracias.
MARÍA, LA HIJA DE SION.
La idea de María como signo de la presencia de Dios en medio de los hombres la desarrolla San Lucas con dos referencias al Antiguo Testamento: a la Hija de Sión y al Arca de la Alianza.
La Hija de Sión en el Antiguo Testamento
Pertenece al profeta Miqueas, el oráculo más antiguo sobre la Hija de Sión. Profetiza en una situación de dolor y anuncia la liberación por obra de Yavé. “Duélete y gime, Hija de Sión, como mujer en parto, porque vas a salir ahora de la ciudad y morarás en los campos, y llegarás hasta Babilonia; pero allí serás librada, allí te redimirá Yavé del poder de tus enemigos” (Miq 4,10).
“Tú Belén de Efratá, pequeño entre los clanes de Judá, de ti saldrá quien señoreará Israel” (Miq 5,1).
El profeta Sofonías hace su vaticinio en la segunda mitad del siglo VII a.C., unos cien años después que Miqueas. La situación es similar a la anterior y anuncia la liberación por parte de Yavé con una fuerte invitación a la alegría, porque Yavé está presente en medio de la Hija de Sión.
“¡Exulta, Hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, hija de Jerusalén! Yavé ha revocado los decretos dados contra ti y ha rechazado a tu enemigo. El rey de Israel, Yavé, está en medio de ti... como poderoso Salvador; se goza en ti con alegría, te renovará en su amor, exultará sobre ti con júbilo (Sof 3, 14-17).
El profeta Zacarías, por dos veces, invita a la Hija de Sión a la alegría: “Regocíjate, Hija de Sión, porque llegaré y habitaré en medio de ti (Zac2, 14). Alégrate sobre manera, Hija de Sión, grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene a ti tu Rey, justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna (9, 9)
¿Quién es esta Hija de Sión?
Parece tener un carácter colectivo, equivalente al “resto” de Israel, del que habla el mismo Sofonías: “Dejaré en medio de ti como resto, un pueblo humilde y modesto, que esperará en el nombre de Yavé. El resto de Israel no hará iniquidad, no dirá mentira, ni tendrá en su boca lengua mendaz” (Sof 3,12-13).
Miqueas, en los capítulos 4 y 5, parece identificar la figura del “resto” con la Hija de Sión.
Paralelismo Hija de Sión – María.
Algunos exegetas modernos, protestantes y católicos, opinan que San Lucas redactó la Anunciación de María en clara correspondencia con los oráculos proféticos, tratando de identificar a María con la Hija de Sión.
En María se cumple lo anunciado por los profetas.
Dios se hace presente, en la anunciación, en un acto de salvación. Sin petición previa de María, Dios toma la iniciativa para la salvación de los hombres.
Dios se hace presente, en la anunciación, en un acto de salvación. Sin petición previa de María, Dios toma la iniciativa para la salvación de los hombres.
El Espíritu creador cubre a María con su sombra y realiza el misterio de la encarnación. Culmina el mesianismo de David y se cumplen las promesas hechas a la Hija de Sión, la humanidad tiene el más grande e importante motivo de alegría.
María, la Hija de Sión.
Por la correspondencia paralela entre los profetas y San Lucas hemos de concluir que María es la Hija de Sión por excelencia.
Ella es la madre santificada, en plenitud, en orden a su futura maternidad.
Ella es el lugar santo preparado para ser la morada de Dios. Ella acoge con humildad la palabra de Dios y la sirve con la fidelidad más absoluta.
María lleva a término la esperanza de Israel. Su maternidad divina la convierte en el lugar privilegiado de la presencia de Dios.
María es, en la anunciación, la representante del Resto de Israel y puesto que la salvación en Jesús es para toda la humanidad, María representa a todos los que han de lograr esta salvación.
María es la interlocutora de Dios con todos los que esperan la salvación.
Por todo ello, en María, todos recibimos la invitación a la alegría de nuestra liberación, porque Dios baja a su seno como Salvador de todos.
María, Arca de la Alianza
“Yavé me dijo: Labra dos tablas de piedra como las primeras y sube donde mí a la montaña; hazte también un arca de madera. Yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras que rompiste y tú las depositarás en el arca. Hice un arca de madera de acacia, labré dos tablas de piedra como las primeras y subí a la montaña con las dos tablas en la mano. El escribió en las tablas lo mismo que había escrito antes, las diez Palabras que Yavé había dicho en el monte, en medio del fuego, el día de la Asamblea. Yavé me las entregó. Yo bajé del monte, puse las tablas en el arca que había hecho y allí quedaron, como me había mandado Yavé”. (Dt 10, 1-5)
El Arca de la Alianza, en el Antiguo Testamento, tiene un sentido litúrgico y otro bélico.
Sentido litúrgico: El Arca es el signo visible de la presencia de Yavé en medio de su pueblo. En él se guardan las tablas de la Ley (I Re 8.9).
El Arca, albergada bajo la tienda, es el santuario móvil que acompaña al Israel nómada, desde los orígenes a la partida del Sinaí hasta la construcción del templo de Jerusalén por Salomón, entonces quedará fija y será el corazón del culto judío. Sobre la tienda y sobre el Arca desciende la gloria de Yavé, en forma de nube o de sombra (Ex 40,34-38)
Sentido bélico: El Arca evoca el caudillaje de Yavé sobre su pueblo durante la travesía del desierto y en la conquista de la tierra de promisión. El pensamiento mágico de Israel entiende que en la presencia del Arca está el secreto de sus victorias y en la ausencia la razón de sus derrotas (I Sam 4,2-7)
Aplicación a María de la imagen del Arca.
En la anunciación: la sombra del Altísimo.
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35).
Comparemos con el texto del Exodo 40,35: “La nube cubrió la tienda de la reunión y la gloria de Yavé llenó la morada”.
Doble presencia de Yavé: dinámica, porque Yavé baja y consagra la tienda; estática, porque la gloria de Yavé se queda habitando en la tienda.
San Lucas aplica a María, en la encarnación, la teología de la nube que consagra y llena la tienda. Así, María es cubierta por el poder de Dios, la fuerza del Altísimo realiza el misterio de la encarnación (presencia dinámica).
María, al igual que la tienda del Arca, queda llena de la gloria de Yavé y todo su ser es el nuevo santuario; Dios se queda en Maria como la gloria de Yavé se quedó en la tienda del Arca (presencia estática).
María, al igual que la tienda del Arca, queda llena de la gloria de Yavé y todo su ser es el nuevo santuario; Dios se queda en Maria como la gloria de Yavé se quedó en la tienda del Arca (presencia estática).
María es el nuevo templo de Dios, signo de salvación en medio de los hombres.
Como el Arca era el centro del antiguo Israel, María lo es del nuevo Pueblo de Dios. Su maternidad divina es la prueba fehaciente de que Dios mora en ella y de que ya ha empezado la salvación.
Desde María se difunden a toda la humanidad los frutos de esta salvación, porque ella está en íntima unión con su Hijo y coopera maternalmente a su obra. El Hijo opera la salvación a través de las palabras y los gestos de su madre.
María es la mujer victoriosa que, comparada con el Arca de la Alianza asegura al Pueblo de Dios la victoria definitiva sobre el mal. La era de la salvación comienza con María que, por ser la Madre de Dios, tiene la misma misión que su Hijo: llevar la salvación a toda la humanidad.
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