TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

sábado, 10 de septiembre de 2011

11.- MARÍA, LA LLENA DE GRACIA


Jaire, kejaritomene. (Alégrate, llena de gracia (Lc 1,28)). Son las palabras griegas del saludo del ángel. 
¿Qué significan?
Jaire: Jesús, para saludar empleó la palabra shalom (la paz con vosotros). San Lucas emplea la palabra jaire para saludar a María porque es la usada por la traducción de los LXX de los verbos que invitan a la alegría por la liberación de Israel.(1)

Kejaritomene: Es el participio pasivo perfecto del verbo jaritoo que, a su vez, deriva de la palabra jaris (gracia).

La palabra jaris tiene en la Biblia dos significados:
Belleza exterior, cualidad física que hace al poseedor beneficiario del favor ajeno. “Eres el más hermoso de los hijos de los hombres, en tus labios se ha derramado la gracia; por eso te bendijo Dios para siempre” (Sal 45,3).

Belleza interior recibida por ser objeto de un especial favor de Dios. “Nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Cristo, para alabanza del esplendor de su gracia” (Ef 1, 5-6). Este es el sentido más frecuente en el N.T. y es, sin duda, el del texto de Lc 1,28.
La gracia, en este sentido, es el don de Dios que manifiesta su generosidad. Lo que hace grato al hombre no son sus propios méritos, sino el ser depositario de la gracia de Dios, que toma la iniciativa, se complace en el más débil y le otorga su gracia. Es un don gratuito, no el pago de los méritos contraídos.
En la anunciación, el participio kejaritomene sustituye al nombre propio. El ángel dice: “Alégrate, llena de gracia” y no dice: Alégrate, María
Lucas pone en boca de María el reconocimiento de esta iniciativa divina cuando dice en el Magníficat “ha mirado la humildad de su esclava y es El quien ha hecho en mí maravillas” (Lc 1, 48.49).

¿Qué significa la plenitud de gracia de María?
La plenitud de gracia corresponde a las maravillas que, en el canto del Magníficat, dice María que obró en Ella el Señor.
¿De qué maravillas habla María? María, desde el primer momento de su existencia fue sagrario del Espíritu Santo”,(LG 53). María fue la “llena de gracia” porque, como dice San Juan Damasceno:fue llena del Espíritu Santo y su virtud santificante la visitó, la purificó e hizo santa; por así decirlo, fue empapada por El”.
La transformación de María por el Espíritu fue tan profunda que alcanzó a su mismo ser. Escribe Teófanes de Nicea, autor bizantino del siglo XIV: “María, desde el origen, estaba unida al Espíritu Santo, autor de la vida y todo lo que experimentaba en su existencia lo compartía con Él, porque su participación en el Espíritu  era como una participación en el ser”.
Ser “sagrario del Espíritu Santo” facilitó a María la comprensión de la vocación a la fue llamada, su disponibilidad a la voluntad divina y poseer la fuerza del Espíritu para llevar esa vocación a la práctica.
María fue toda santa, desde el inicio de su existencia, pero, a esta santidad original, que era preparatoria, Dios añadió un don mayor, el don de su Hijo, el cual tomó la naturaleza humana en sus entrañas. María no sólo es la toda santa, la toda llena de gracia, la toda morada del Espíritu, es, sobre todo, la Madre de Dios hecho hombre.

¿Con qué finalidad Dios otorgó a María la plenitud de gracia? 
San Lucas, al llamar a María la llena de gracia, indica el carisma que le fue concedido en orden a la realización de una vocación.
Dios capacita a los que elige para una misión  y les ayuda con su gracia en proporción a la dificultad de la misión. La plenitud de gracia de María es un carisma al servicio de una vocación.
Es obvio que la primera y fundamental finalidad de Dios al otorgar este carisma a María fue prepararla para ser la Madre de Dios Encarnado. Convenía a la dignidad del Hijo, hombre y Dios al mismo tiempo, que su Madre fuese toda santa, toda llena de gracia. No parece decoroso que el Hijo de Dios tomase su carne de hombre y naciese de una mujer contaminada por el pecado. 
María, entre todas las mujeres de la humanidad entera, fue la llena de gracia, la única que, desde el primer instante de su concepción, fue santificada por Dios y llena del Espíritu Santo.
La joven virgen que Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, en previsión de los méritos de este mismo Hijo y sin ningún mérito por su parte, fue enriquecida con todas las gracias, agraciada con todas las virtudes.

La misión de María en la historia de la salvación no fue nada fácil.
Conocemos las penurias, los trabajos y los enormes sufrimientos que María aceptó, a lo largo de su vida, con la humildad y la santidad propia de la esclava que coopera al designio de salvación que encarna su hijo.
Otra misión de María es ser la Madre espiritual de todos los creyentes en Jesús. Esta maternidad se prolonga en el tiempo y se hace modelo permanente de vida cristiana y faro seguro de ayuda y protección.
Para los creyentes cristianos es un gozo inmenso tener a María como madre espiritual. María cuida de todos, ya sean niños, adultos o ancianos,  y a todos acoge con bondad maternal.
María fue escogida por Dios para ser la madre biológica de Jesús y la madre espiritual de todos los creyentes en Él, que conforman su familia espiritual. 
En todo tiempo y lugar, María, la esclava del Señor, hace la voluntad de Dios, que es implantar en la tierra los valores del Reino que su Hijo predicó. María, con su ejemplo, con sus ruegos al Padre y con su protección hacia sus hijos espirituales les guía a la consecución de estos valores.
María, la llena de gracia, la llena del Espíritu Santo, coopera permanentemente para que sus hijos espirituales vivan del Espíritu y transformen las estructuras mundanas, llevándolas a estructuras de paz, de justicia y de amor.

(1) La versión de los LXX es la hecha por los judíos de Alejandría  de los libros del Antiguo Testamento, entre los siglos III y I antes de Cristo. Es la versión al griego más antigua. Los apóstoles la usaron y autorizaron su uso en las iglesias que fundaban.



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