María es la llena de gracia en virtud de su elección como Madre de Dios. A vocación tan singular le corresponde un carisma igualmente singular: la plenitud de gracia. María es la totalmente santa, la totalmente llena del Espíritu, la primera y totalmente redimida, mediante la redención preventiva.
Su aceptación de gracia tan singular la convierte en modelo de toda la Iglesia , “modelo extraordinario en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (Pablo VI, MC 16)
El hecho de que la encarnación del Verbo haya estado condicionada al sí de María hace que Ella esté implicada en la redención. La Iglesia expresa esta implicación con varias fórmulas: intercesora, mediadora y corredentora.
La implicación de María en la redención no es igualitaria con la de Jesús. Cristo es el único mediador ante el Padre; pero Cristo está ligado a su pueblo como en un cuerpo la cabeza lo está a sus miembros. Esta interconexión implica a todos los miembros de la Iglesia en la obra de la redención. En este sentido, cada cristiano es un mediador, y lo será tanto cuanta sea su unión con Cristo.
María alcanzó el mayor grado posible de unión con su Hijo, jamás logrado por ninguna otra criatura. Por eso, “corresponde un culto singular al puesto también singular que María ocupó” (MC, introducción)
Modalidades del culto a María.
Son dos modalidades, distintas y complementarias: el culto personal y el comunitario. Hoy profundizaremos en el culto personal, dejando el comunitario para el próximo día.
El culto personal o privado.
La veneración a María, Madre del Señor, debe traducirse en una actitud de imitación, ya que Ella “brilló ante la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes” (LG 65) “La finalidad última del culto a la bienaventurada virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad” (MC 39)
La piedad mariana es mucho más que la devoción mariana y consiste, fundamentalmente, en tomar a María como modelo de la propia existencia. María es el mejor modelo para ir a Cristo; Ella está unida a Él de forma única, no sólo en lo biológico, sino también, y sobre todo, en el plano espiritual y existencial. Acercarse a María, a su espiritualidad, a su conducta práctica, es acercarse a Cristo. María no es la meta de la existencia cristiana, la meta es Cristo. María es el mejor indicador del Camino.
¿Qué tipo de modelo es María?
Cada ser humano es irrepetible y debe realizar su existencia en su propia singularidad, ligado a su contexto histórico, cultural y espiritual.
María, como todos los santos, no es imitable en cuanto persona humana concreta, sino porque tuvo una adhesión plena y responsable a la voluntad de Dios, en unas circunstancias concretas.
Escribió Pablo VI en la Marialis Cultus : “La virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que llevó y, tanto menos, por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy día superado en casi todas partes, sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios, porque acogió la palabra y la puso en práctica, porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio, porque, en resumen, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo, lo cual tiene un valor universal y permanente”.
MARÍA, MODELO DE VIDA PARA EL HOMBRE ACTUAL.
En una sociedad secularizada como la nuestra, no es fácil inspirar la vida, teórica y prácticamente, en modelos cristianos. No obstante, la existencia de María, tal como se desarrolló históricamente, tiene el carácter de modelo ejemplar para el hombre y la mujer de nuestro tiempo. Las actitudes de María coinciden, en lo fundamental, con las aspiraciones del hombre actual; su ejemplo no defrauda nuestras esperanzas más profundas.
La búsqueda del verdadero sentido de la propia existencia.
La búsqueda del sentido de la propia vida es connatural al ser humano y es una necesidad acuciante dar respuesta a esa pregunta. El hombre de hoy tiene un plus de necesidad porque, apoyándose sólo en su inteligencia, ha prescindido de la idea de Dios como verdad última y garante del sentido de la existencia humana. La ruptura con la idea de Dios, como elemento básico de nuestro mundo de creencias, ha conducido al relativismo y a la eliminación de toda verdad permanente; ahora se pisotean todos los valores, se duda de toda verdad y todo se considera válido. El hombre, en su huida de los valores y en su huida de Dios ha caído en la inseguridad.
El hombre moderno ha sustituido las creencias tradicionales cristianas por la ideología del progreso y la sociedad del bienestar. El pensamiento materialista ha producido el desarrollo económico y el elevado nivel de vida material en el mundo occidental; pero, ha sido incapaz de responder a los últimos interrogantes del ser humano, llevando al hombre al fracaso y, sobre todo a la juventud, al pesimismo y a la angustia frente al futuro.
El hombre privado de un apoyo firme en que asentar su existencia se vuelve neurótico, de ahí el elevado número de suicidios y la entrega a prácticas de huída: como la droga, el alcohol y los juegos de roll.
Es urgente indicar a todos el sentido de la vida y proclamar que la existencia humana, para ser satisfactoria, tiene que edificarse sobre la verdad. Nunca la mentira o la media verdad satisfizo el corazón humano. La verdad, además de completa, debe apoyarse no sólo en formulaciones teóricas sino, sobre todo, en ejemplos y modelos reales y permanentes de vida.
María, la Madre del Señor, es la modelo ejemplar que, en todas las vicisitudes y oscuridades de su vida, acudió a la fe y en ella encontró la seguridad. La fe de María, y la nuestra como cristianos, no es una huída, sino la verdad existencial que permite vivir positivamente el propio destino. La fe ilumina el sentido de la vida y la experimenta como un regalo del Padre.
La búsqueda de la libertad
La historia del hombre es la historia de la libertad que intenta alcanzar. Fue creado libre y libre intenta permanecer siempre. Rechazar toda esclavitud y todo sometimiento es algo connatural al ser humano. Pero, en este mundo moderno, el hombre choca con una inmensa red de leyes y normas que coartan su autonomía; choca con la compleja organización de todo lo humano, contra la que no puede ejercer su libre elección pues, en gran parte, depende de otros individuos cuyos planteamientos e intenciones desconoce, en todo o en parte.
El mundo actual está maniatado por la avalancha de información, no siempre contrastada y fidedigna, siempre propensa a la manipulación de la mayoría por parte de unos pocos poseedores de los medios y carentes de escrúpulos.
La misma Iglesia, que por su propia naturaleza debe ser luz para los hombres, no siempre predicó la libertad de forma clara, e incluso, como consecuencia de algunas actuaciones lamentables, aparece a los ojos de muchos como causa de restricción de numerosas libertades. No es extraño que el hombre moderno busque su libertad al margen de la Iglesia.
Esta triste realidad no dispensa sino que urge a la Iglesia a transmitir su mensaje de libertad. La libertad humana es un factor imprescindible para la autorrealización personal plena, la cual se hace imposible cuando no se es dueño de la ideología, del pensamiento, del tiempo o del espacio en que expresarse.
Todo lo que eleva y engrandece al ser humano favorece la libertad. María puso su realización como persona en conquistar, día a día, el mayor grado posible de unión con Dios, acogiendo humildemente el don del Padre y dejando al Espíritu que obrara maravillas en ella.
El compromiso a favor de los demás
Los medios de comunicación social difunden todos los días la realidad del mundo y las muchas miserias que acontecen: catástrofes naturales, guerras con sus devastadores efectos colaterales, violencia social e institucional, terrorismo, hambrunas, incultura y todo tipo de males que afligen a la humanidad.
Este escaparate de maldad ha suscitado por todas partes un fuerte movimiento de solidaridad, teórica y efectiva, a favor de los demás. Grandes núcleos de la sociedad ejercen una presión mundial sobre los gobiernos que favorecen sistemas de vida deshumanizados; por todas partes proliferan los servicios de atención a los más necesitados.
También en el compromiso a favor de los demás María es modelo ejemplar. “María como mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y oprimidos y derriba a los poderosos de este mundo (Lc 1, 51-53), se nos aparece como el perfecto modelo del Señor: promotor de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celestial y eterna; promotor de la justicia que libera a los oprimidos y de la caridad que socorre a los necesitados, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones. María no se nos aparece como una madre celosamente replegada sobre su Hijo, sino como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica de Cristo y cuya función maternal se dilató, asumiendo en el calvario dimensiones universales”(MC 37)
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