TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

sábado, 10 de septiembre de 2011

24.- DEFINICIÓN DOGMÁTICA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


“Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, la de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del genero humano, está revelada por Dios”. (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 1954)

Breve comentario:
“Con la autoridad.....definimos”: El Papa pone en la definición todo el peso de su autoridad infalible. El resultado es un dogma de fe que debe ser creído, firme y constantemente, por todos los fieles.
“Doctrina revelada”: Dice que la doctrina es revelada, no dice cómo ha sido revelada. La comisión especial, que se formó en 1852 para estudiar los argumentos a favor de la definición, dio gran importancia a la revelación no escrita y aceptaron como criterio suficiente  “la práctica de la Iglesia”.
La Beatísima Virgen María”: El sujeto del privilegio es la persona de María, no su alma, como dijo Alejandro VII, en 1661.
“Preservada de toda mancha”: Se entiende en el sentido de la redención preservativa de Escoto.
“Por singular gracia y privilegio de Dios”: Quiere decir que es el único caso en la historia de la humanidad.
“En atención a los méritos de Jesucristo”: María fue redimida por Cristo, no como todos los demás sino de forma preservativa. La santidad de María depende de los méritos de Cristo.

Significado teológico del dogma de la Inmaculada Concepción:
¿Qué dice este dogma al hombre de hoy?
Por ser un privilegio único, el dogma de la Inmaculada Concepción ha contribuido a establecer un muro entre María y el creyente, se ha prestado a idealizaciones y sublimaciones que han desencarnado a María de su realidad vital y de su significación en el misterio de la encarnación.
El cristiano no puede interpretar este dogma en términos de privilegio, corriendo el riesgo de dejar a María fuera de la condición común a todos los seres humanos y convertirla en un caso aislado. Este dogma debe ser entendido de tal modo que ayude a comprender la historia de la salvación, de la que María es pieza clave.

El dogma de la Inmaculada Concepción descubre el papel excepcional de María.
Por parte de Dios, María está en el designio de Dios, quien responde con benevolencia a los anhelos humanos de liberación.
Por parte del hombre, María como miembro eminente de la humanidad, coopera al designio de Dios dando libremente su respuesta afirmativa.

Israel o la religión de la espera.
La espiritualidad de Israel está orientada al futuro; es la religión de la espera y la añoranza.
El fracaso secular del pueblo escogido en la historia le ha convencido de que sólo Yavé, en persona, puede responder a sus anhelos, porque sólo Él es fiel a su alianza y a sus promesas.
Israel no espera algo, sino aalguien”. Su esperanza se proyecta hacia un futuro en el que el Mesías barrerá toda iniquidad. Israel atisba, entre las brumas del horizonte, a Aquél que colmará todos sus deseos. En este sentido, Israel es el reflejo de toda la humanidad, de su afán de liberación y de su añoranza de una vida transcendente.

María en la cumbre de la religión de la espera.
En el marco de la historia de Israel, María es el último eslabón de la religión de la espera. Vistas las cosas desde Dios, la Inmaculada Concepción es el principio de la respuesta de Dios a la esperanza secular de liberación del mal, que ha animado siempre al ser humano. 
Esta respuesta de Dios tiene un contenido y un modo de darla.

Contenido: La salvación que el Mesías traerá para todos se anticipa en su Madre, de manera total. Ella es la perfecta y totalmente redimida, “de modo eminente, en virtud de los méritos de su Hijo” (LG 53)
Todo hombre, al ser concebido, entra en el reino del pecado original, del que debe ser purificado y santificado por la gracia de Cristo. Hay un intervalo temporal entre el momento de la concepción y el de la santificación. Este intervalo no se dio en María.
Otro matiz muy importante: “Nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios la totalmente santa e inmune de todo pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo” (LG 56).
Sólo de María se puede decir, con toda propiedad, que es una nueva criatura; en Ella se anticipa, de modo perfecto, la nueva creación; sólo Ella es totalmente santa, plasmada y hecha nueva criatura por el Espíritu.

No mérito de María,  sino gracia de Dios.
La comprensión del misterio de la Inmaculada Concepción está condicionada al encuadre que le sirve de soporte y de razón de ser. Como la aurora anuncia el día, forma parte de él y sin él no tiene sentido, así la Inmaculada Concepción anuncia la Encarnación, es parte de ella y sin ella no tiene sentido.
La presencia de Dios se trasparenta en el misterio de la Inmaculada Concepción de María, a través de su maternidad divina y su significación queda englobada con la encarnación.
María inmaculada y la Encarnación son una misma palabra de amor de Dios. Amor gratuito, porque no fue mérito de María su santidad inmaculada, Dios la hizo así porque quiso, por puro amor.

La Inmaculada Concepción es un carisma de María al servicio de una vocación: La maternidad divina.
En el actuar de Dios, es propio ayudar al que escoge para una misión difícil, y con ayuda proporcionada a la dificultad.
La vocación de María a la maternidad divina era superior a toda utopía humana; supera, con creces todo pensamiento humano que espere hacerse realidad. A llamada tan excepcional de Dios correspondió un carisma igualmente excepcional, que se concretó en “la plenitud de gracia”. 
Pero, esta plenitud no forzó la voluntad de María, sino que, exenta de todo pecado, la dejó libre para “abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento alguno la voluntad salvífica de Dios y consagrarse totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo” (LG 56). El sí de María es un sí de apertura al mensaje del ángel y de disponibilidad para secundarlo.

La maternidad divina y el pecado son incompatibles.
Dios escoge el seno de María como lugar de su morada. Dios es santo y nada envilecido por el pecado puede estar en la morada de Dios.
En esta perspectiva ha de comprenderse la santificación inicial de María, su Inmaculada Concepción. La reflexión teológica ha relacionado siempre la maternidad divina de María con la santidad de Dios que se encarnaría en su seno.
La santidad de María precedió en el tiempo a su maternidad, pero no fue su causa, sino al revés: María no fue escogida para ser la Madre de Dios porque era santa, sino que era santa, desde el primer instante de su concepción, porque fue escogida gratuitamente para ser la Madre de Dios.
Salomón construyó el templo de Jerusalén con los mejores y más suntuosos materiales, considerando la grandeza y la santidad de Yavé. La misma grandeza y santidad del que se iba a encarnar en las entrañas de María, convirtiéndola en templo vivo de Dios, reclamaban la santidad absoluta de María.

La plenitud de gracia como don y como tarea.
La plenitud de gracia es un don que recibió María gratuitamente del Padre al ser elegida para ser la Madre del Hijo de Dios..
La santidad personal de María no es pura gratuidad, sino que es también una respuesta fiel, con la ayuda de la gracia, a la llamada de amor que vivió María en la vulgaridad de Nazaret, en el heroísmo del Calvario y el anonimato de sus últimos años.
Nadie puede llegar a la santidad de María; pero no por ello pierde su condición de modelo. Un modelo deja de serlo cuando se convierte en totalmente inasequible, no cuando puede ser imitado progresivamente. En el mismo sentido es modelo vigente el Padre celestial: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48)



No hay comentarios:

Publicar un comentario