Introducción:
En
los temas anteriores he tratado de situar la devoción a María en el
contexto de la verdad revelada, tal como es vivida en la
Iglesia. En los
dos temas restantes quiero situar esta devoción dentro del campo de
la religiosidad popular.
La
religiosidad popular, en general, representada por las
peregrinaciones a los santuarios, las fiestas patronales, las
procesiones y romerías, las diferentes devociones a la Virgen María
y a los santos, el rosario, el vía crucis, las novenas y los triduos, se puedeconsiderar como un conjunto de gestos de fe expresados por el
pueblo cristiano en una determinada situación eclesial (región,
pueblo, época histórica, etc).
Una
característica propia de la religiosidad popular es no concordar
completamente con el contenido eclesial de la fe o de sus gestos
litúrgicos.
La
religiosidad popular es una respuesta elemental a las necesidades
psicológicas del ser humano. Sus objetivaciones (festividades,
imágenes, oraciones, etc) son polivalentes; bajo una misma forma
exterior pueden esconderse una fe profunda, un fanatismo religioso o
un afán de manipulación.
La
religiosidad popular ha acompañado siempre al ser humano en todas
las religiones. Después del Vaticano II, como fruto del despertar
religioso, ha crecido su estudio e interés, tanto en sí misma como
en relación con la liturgia.
Valoración
teológica de la religiosidad popular
La
religiosidad popular es una expresión de la fe y de la búsqueda de
Dios; por
tanto, debe integrarse en el único culto al único mediador:
Jesucristo.
No
sería cristiana si se diese fuera de esta perspectiva. Todas las
formas de religiosidad popular deben estar incorporadas en el culto a
Cristo, que es el centro vital de toda religiosidad.
Esta
unidad de fe pone de manifiesto la necesidad de evangelizar la
religiosidad popular para
ajustarla, tanto en las formas como en los valores que promueve y en
las verdades que ofrece, a la confesión de la fe expresada en la
liturgia.
La
religiosidad popular no se puede utilizar como adormidera de los
pueblos, ni como consuelo de los humildes, sino como una buena
oportunidad para llegar “al corazón de las masas”(EN 57)
e incrementar en ellas los auténticos valores de la religiosidad
popular que, según Pablo VI, son los siguientes: “Sed de Dios,
capacidad de generosidad y sacrificio, hondo sentido de los atributos
de Dios, paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana y
aceptación de los demás” (EN 48).
Religiosidad
popular y liturgia.
La
liturgia de la Iglesia expresa en plenitud el sentido del culto
cristiano, celebra el misterio pascual y lo comunica eficazmente a
los fieles. Toda manifestación de la religiosidad popular debe tomar
de la liturgia, como de su propia fuente, su fe y su compromiso de
vida.
La
religiosidad popular debe ser evangelizada, en primer lugar, para que
lleve a los fieles a la mesa de la Palabra y a la mesa de la
Eucaristía para que todos se reúnan, alaben a Dios en medio de
la Iglesia en en el sacrificio y coman de la cena del Señor”(SC
10). Igualmente debe ser evangelizada para llevar a los fieles a que
resplandezca en ellos la fraternidad cristiana, que es la expresión
viva del amor de Dios entre los hombres.
La
liturgia, teniendo presente la dimensión humana, comunitaria y
simbólica del culto cristiano, debería acoger las diversas formas y
manifestaciones de la religiosidad popular, siempre que sean
compatibles con las celebraciones litúrgicas, por ejemplo:
Celebraciones de la Palabra adaptadas a los diversos tiempos fuertes
del año litúrgico o a las grandes festividades.
La
liturgia debe descubrir en la religiosidad popular
la presencia velada de Dios”(AG 9),
las semillas del Verbo” LG 11) que pueden ser”una
preparación evangélica”(LG 16). La labor pastoral es hacer
que esas semillas fructifiquen y lleven a los fieles a la aceptación
personal de la Palabra de Dios y a la vivencia del misterio
cristiano.
La
religiosidad popular tiene gran poder de convocatoria, pero se queda,
con frecuencia, en mero espectáculo de masas. Es imprescindible que
se convierta en motor de fraternidad, de integración social, de
concordia y de apertura a los demás.
Los
ejercicios de religiosidad popular como el rosario, el vía crucis,
el vía lucis, las novenas, etc. será conveniente que adquieran un
carácter más litúrgico, enriqueciéndolos con textos de la Sagrada
Escritura; para que contribuyan a su purificación de elementos
ajenos a la liturgia y, sobre todo, a la profundización en la fe y a
la educación de la actitud religiosa, llevándola a una línea más
evangélica. El rito debe ponerse al servicio de las personas para
llevarlas a Dios y a la fraternidad cristiana.
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