TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

sábado, 10 de septiembre de 2011

33.- FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DEL CULTO MARIANO

                                                                       

Introducción: En los temas anteriores hemos analizado la figura de María a través de la teología, sirviéndonos de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.
En los temas siguientes vamos a pasar de la teoría a la práctica, al culto de María en la Iglesia, como respuesta que, desde la fe, debe dar el creyente a la Palabra de Dios anunciada en María.
María, como la perfectamente redimida, resume todos los beneficios que el cristianismo ha aportado a la humanidad. Si hasta ahora ha sido objeto de nuestro estudio, en adelante lo será de nuestra veneración. Queremos comprender a María, la Madre del Señor y entablar con ella una relación de amistad y de amor, ya que también es nuestra madre. Queremos lograr unos objetivos concretos y en tres órdenes diferentes.

En el orden del conocimiento:
Conocer los fundamentos teológicos del culto a María.
Comprender cómo debemos venerar hoy a María.
Conocer el culto actual, tanto en la liturgia como en la piedad popular.

En el orden de la afectividad:
Valorar la piedad mariana, en el doble aspecto de veneración e imitación, como elemento configurativo de la propia espiritualidad.

En el orden del compromiso:
Vivir y promover una piedad mariana coherente.

Fundamentos teológicos del culto mariano
La fe  y la acción cristianas, la teología y la vida práctica están relacionadas entre sí y se condicionan mutuamente. Por eso, lo más conveniente para promover la espiritualidad y el culto marianos es señalar sus fundamentos teológicos.
Para muchos cristianos de nuestro tiempo es problemático ir a Dios recurriendo a una persona que no sea Cristo, como vimos en el tema nº 1. El culto a los santos resulta sospechoso y la piedad mariana es un caso particular y exagerado de dicho culto. Es forzoso, por tanto, justificar el culto a María como parte del culto a los santos, en general.

¿Cuándo empezó el culto a los santos? La veneración de los santos y de la Madre de Dios no existió desde los primeros años después de la resurrección de Jesús, porque los discípulos, los Apóstoles y la Virgen María vivían todavía; sin duda, eran objeto de gran respeto, pero no de veneración. Con las persecuciones nació en la Iglesia el deseo de imitar y venerar a los santos mártires. Así se inició, a partir del último tercio del siglo I, el culto a los santos y a  María, la Madre del Señor.

La teología del culto a los santos.
¿Quiénes son los santos? En sentido bíblico neotestamentario se designa con el nombre de santos a los cristianos; en primer lugar, a los de la primitiva comunidad de Jerusalén y, especialmente, al pequeño grupo de Pentecostés, después se extendió a todos los bautizados.
“Contestó Ananías: Señor, he oído a muchos de este hombre cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén” (Hch 9, 13). “Cuanto a la colecta a favor de los santos” (1 Cor 16, 1). “Yendo Pedro por todas partes, vino también a los santos que moraban en Lida” Hch 9, 32). “Saludaos mutuamente con el ósculo santo. Todos los santos os saludan” (2 Cor 13, 12)

La santidad como don y como tarea.
En el hombre, la santidad es una participación de la santidad de Dios, quien, lejos de reducirse a la separación y a la trascendencia, comparte con el hombre lo que posee en cuanto a riqueza y vida, poder y bondad. La santidad no es un atributo más de Dios, sino el que más le caracteriza. El amor de Dios ha descendido a los hombres; la santidad es el don de Dios a su pueblo. “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22)
El pecador, por serlo, pierde la santidad. La encarnación de Cristo y su solidaridad con los hombres les trajo la posibilidad de ser santos. A través de Cristo, el hombre descubre que puede acercarse al trono de Dios.
Cristo, primer hombre santo, Maestro y Modelo de santidad para todos, llama a todos a la santidad. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
Ya lo exigía la Ley en el A.T.: “Sed santos, porque yo, Yavé, soy santo” (Lev 19, 2) y en el N.T lo repite San Pablo: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tes 4, 3)
Cristo ha abierto para todos la puerta de la santidad y ha dado a todos el derecho a cruzar esa puerta. El hombre debe tomar personalmente la decisión de pasar o no. El hombre, ayudado por el Espíritu, al realizar el acto de fe, entra en comunión con Cristo y con  sus hermanos creyentes, formando la comunidad de los santos en Cristo. “Saludad a todos los santos en Cristo. Os saludan los hermanos que están conmigo. Os saludan todos los santos” (Fil 4, 21)
La santidad cristiana no es sólo una decisión momentánea como respuesta al don de Dios; es, además, un proceso de transformación y de configuración con Cristo, un continuo sí al Señor en tres aspectos: escuchando con docilidad su palabra, celebrando esa palabra en los sacramentos y haciendo realidad esa palabra en el compromiso de la vida.
El grado de configuración con Cristo alcanzado por cada cristiano,  o grado de cristificación” es el que determina el grado de santidad.

Importancia den los santos en la Iglesia 
Su importancia radica en que son testigos de la salvación obrada en ellos por el Espíritu.
“Al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre, y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos” (SC 104)
Vamos a analizar el carácter de este testimonio de los santos desde tres perspectivas diferentes:

A).-La Iglesia proclama cumplido en los santos el misterio pascual. 
Algunos santos Padres definieron a la Iglesia como la casta  meretrix, queriendo significar que en ella cohabitan la santidad y el pecado.
La Iglesia es santa porque lo es su Fundador, su Cabeza; lo es el Espíritu que la anima; lo son los sacramentos con los que se alimenta y lo  son muchos de sus miembros, militantes y triunfantes.
La Iglesia, en la fase militante, se compone de seres humanos que arrastran todas sus limitaciones y pecados, aunque están llamados a la santidad y en ella deben desembocar por los caminos de la fe y de la gracia. Los que ya han alcanzado la comunión con Dios confirman la fe de los que todavía peregrinan y que esperan llegar a la misma meta, confiados en la fidelidad y misericordia de Dios.

B).-La Iglesia propone a los santos como modelos de vida para los creyentes. 
La Iglesia, canonizándolos, afirma que son dignos de ser imitados porque permitieron que la gracia de Dios obrase en ellos. Cada santo, según su propio carisma, aprovechó los medios y posibilidades a su alcance para, guiados por el Espíritu, recorrer su camino hacia Dios.
La Iglesia no propone como modelo el tipo de vida concreta de cada santo, sino aquello en lo que todos coinciden: su conformidad con Cristo adaptada a las circunstancias particulares de cada uno.
Los santos, canonizados o no, son una alabanza a Dios (Ef 1, 6) porque es Cristo quien vive en ellos, según aquello de San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20).

C).-Los santos, desde el cielo, cumplen la misión de la Iglesia de comunicar la salvación de Cristo a los hombres.
La Iglesia militante cumple su misión mediante su actividad misionera y la triunfante cooperando al cumplimiento de la voluntad de Dios en el mundo.

La intercesión de los santos
El primer Prefacio de los Santos del Misal Romano ofrece una síntesis teológica del tema. He aquí las frases más importantes:
“Padre santo....Tú manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos y, al coronar sus méritos, coronas tu propia obra. Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita, por Cristo nuestro Señor”.
El primero y el tercer punto no ofrecen dificultad, ésta radica en el segundo, que suscita el escándalo de las Iglesias reformadas, porque Dios, en Jesús, se nos ha revelado como Padre y porque, siendo Cristo el Camino para ir al Padre, dicen que no procede poner intercesores.

A la objeción protestante respondemos con la unidad de la Iglesia, una en diversas etapas. 
Toda la Iglesia debe dar testimonio del amor de Dios, con palabras y obras. Cuando amamos a Dios, amamos también al prójimo y cuando amamos al prójimo, amamos también a Dios. Por eso, el culto a los santos es una forma del culto a Dios; venerar a los santos es amar a Dios en los miembros de Cristo.
En la intercesión de los santos los creyentes expresamos la fe en el Cuerpo místico de Cristo; porque, cuando un miembro está alegre, todos están alegres; cuando sufre, todos participan de su sufrimiento.
Por eso, podemos presentarles confiados nuestras súplicas. “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” decía Santa Teresa del Niño Jesús.
Por otra parte, al recurrir a los santos no se establecen cultos distintos del único culto a Dios; el culto a los santos sólo tiene sentido si está unificado y absorbido por el culto a Dios, única meta final.







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