TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

sábado, 10 de septiembre de 2011

35.- MARÍA EN LA LITURGIA DE LA IGLESIA

 Introducción: 
Al hablar de las modalidades del culto a María distinguíamos el culto personal  (tema anterior) y el comunitario que hace la Iglesia en la liturgia, que hoy vamos a abordar.


Sobre el culto mariano ha escrito Pablo VI: “Creemos oportuno llamar la atención sobre algunas actitudes erróneas. El Concilio Vaticano II ha denunciado de manera autorizada, sea la exageración de contenidos o de formas que llegan a falsear la doctrina, sea la estrechez de mente que oscurece la figura y la misión de María; ha denunciado también algunas devociones cultuales: la vana credulidad que sustituye el empeño serio con la fácil aplicación sólo a prácticas externas; el estéril y pasajero movimiento del sentimiento, tan ajeno al estilo del evangelio, que exige obras perseverantes y concretas. Renovamos esta denuncia, puesto que se trata de formas de piedad que no están en armonía con la fe católica y, por consiguiente, no deben subsistir en el culto católico” (MC 38)

Principios básicos del culto a la virgen María:
      Carácter trinitario, cristológico y eclesial.
El culto a María debe tener la estructura trinitaria propia de la oración cristiana. Alabando a María alabamos al Padre, al Hijo y al Espíritu.
La devoción a María debe poner de relieve su particular unión con Cristo, el puesto importante que ostenta en la Iglesia por ser la Madre del Señor y la Madre de la comunidad eclesial.
      Orientación bíblica y litúrgica.
No basta con la utilización de los textos bíblicos. Es necesario, además, escuchar la Palabra de Dios y adaptar la vida a su espíritu. Los ejercicios de piedad mariana deben estar en armonía con la liturgia, inspirare en ella y conducir al pueblo cristiano a la celebración.
      Sensibilidad ecuménica y antropológica.
La piedad mariana debe ser sensible a las inquietudes y finalidades del movimiento ecuménico, poner sumo cuidado para evitar las exageraciones que puedan inducir a error a los hermanos separados.
Por otra parte, la piedad mariana debe mostrar a todos los cristianos que no es óbice para el entendimiento; es más, que es un buen camino para conseguir ese entendimiento.
La piedad mariana debe mostrar, con claridad, la figura humana de María, modelo ejemplar para los hombres y mujeres de todos los tiempos, también del nuestro, como punto de mira del humanismo cristiano.

Fundamentos de la presencia de María en la liturgia.
La unión de María con el misterio de Cristo.
“En la celebración anual de los misterios de Cristo, la Iglesia venera con  amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo. En ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC 103)
 La liturgia es la actualización sacramental y eficaz de la obra salvadora de Cristo, cuyo momento culminante es el misterio Pascual. María, como consecuencia de su elección para ser la Madre de Dios y de su libre aceptación, está unida indisolublemente al misterio de Cristo en sus diferentes momentos. María está presente en la liturgia porque en ella se conmemora y actualiza la obra de Cristo.

María, modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto.
“Queremos ahora profundizar un aspecto particular de las relaciones entre María y la liturgia, es decir, María como ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios. La ejemplaridad de María, en este campo, dimana del hecho de que ella es reconocida como modelo ejemplar de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo; esto es, de aquella disposición interior con que la Iglesia, esposa amadísima estrechamente asociada a su Señor, le invoca y, por su medio, rinde culto al Padre eterno” (MC 16).
Pablo VI presenta una serie de actitudes de María que son ejemplares para la Iglesia, en el ejercicio del culto divino: la escucha de la Palabra, la oración y el ejercicio de la maternidad espiritual.
La Iglesia fija su mirada en Cristo celebrando su misterio en los sacramentos y la fija también en María, poniéndola como modelo de las actitudes con las cuales debe celebrar el misterio de Cristo, tal como lo hizo María en los momentos de su realización histórica.

Breve bosquejo histórico sobre la presencia de María en la liturgia.
La presencia de María en la liturgia tiene su origen en el uso de textos marianos del N.T. en la predicación catequética, que, al incrementarse por la veneración de los fieles hacia la Madre del Señor, propició que, con el paso del tiempo, el culto a María fuese incluído en las celebraciones litúrgicas.
La veneración de María por parte de las comunidades judeocristianas está vinculada a la vida de Jesús, como Belén o Nazaret, o directamente con María, como el canto de Isabel en la visitación y el Magníficat. La veneración llegó a tal punto que el sepulcro de María se convirtió en lugar de culto, como ya vimos en el tema de la Asunción de María.

Las plegarias e invocaciones marianas

Son dignas de destacar: La plegaria Sub tuum praesidium, que se remonta al siglo III, en la que, por primera vez, se invoca a María como Madre de Dios; las inscripciones de las catacumbas, en particular el fresco de la Virgen María en la catacumba de Priscila, que puede ser considerado como el primer icono de María en un lugar de culto.

Primeras huellas de María en el año litúrgico.
María aparece en las celebraciones litúrgicas conmemorativas de la anunciación, la encarnación y el nacimiento del Señor.
La primera noticia histórica de la celebración de la Navidad es del año 354, si bien relata un origen anterior. La celebración de la Navidad nace en Occidente y pasa al Oriente, lo contrario que la Epifanía, que nace en Oriente y pasa al Occidente. En el siglo IV, la española Eteria peregrinó a Jerusalén y escribió numerosos detalles sobre la celebración de la Epifanía y de la Presentación del Señor en el templo.
La catequesis homilética convirtió el Magníficat en canto de la Iglesia apostólica, con él conmemora a María asociada a Cristo y, al mismo tiempo, la toma como modelo.
Uno de los primeros textos marianos que nos han llegado es una homilía de Pascua de Melitón de Sardes (segunda mitad del siglo II) en la que subraya la verdad de la encarnación en el seno de María.
En la primera mitad del siglo III, recogiendo formularios más antiguos, hay referencias a María en la plegaria eucarística y en la profesión de fe bautismal. Estas referencias perdurarán en el canon romano de la misa.

Después del concilio de Efeso (año 431).
Tras la proclamación por el concilio del dogma de la maternidad divina de María, su presencia en la liturgia creció constantemente, surgieron nuevos himnos, cantos y oraciones a la Madre de Dios, dentro de la plegaria eucarística  y en la plegaria eclesial en general. El postconcilio efesino marcó el punto culminante de la presencia de María en la devoción del pueblo cristiano, en la predicación y en los diversos aspectos de la liturgia. El fervor mariano del pueblo de Éfeso llegó a tal punto que, al finalizar el concilio los padres conciliares fueron vitoreados y paseados a hombros por la ciudad.
En Occidente se celebra la memoria de la Madre del Señor en Adviento y en el primer domingo de Navidad; sucesivamente van surgiendo la memoria de María el día 1º de enero, la Dormición de María  (15 de agosto), la Natividad de María (8 de septiembre), la Presentación de la Virgen (21 de noviembre) y la Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre).
En todas las liturgias, orientales y occidentales, se percibe una gran explosión del culto mariano. La memoria de María adquiere un puesto relevante en la liturgia eucarística, en los himnos y en el año litúrgico, tanto en la celebración de los misterios de Cristo como en las múltiples fiestas marianas. Se introduce también la memoria semanal de María, dedicándole el día del sábado y la mensual, con la dedicación del mes de mayo.

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