TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

sábado, 10 de septiembre de 2011

17.- MARÍA COLABORADORA EN LA OBRA DE JESÚS

                                                   

Ante la imposibilidad de analizar todos los textos bíblicos en los que María aparece como implícita colaboradora de la obra de su Hijo, me voy a limitar a  tres pasajes de San Lucas en los que se nos muestra esta colaboración.

El  sí de María.
En los evangelios de la infancia se narran diversas apariciones de ángeles: A Zacarías, padre de Juan el Bautista (Lc 1,11-20); a María (26-38); a los pastores (9-14) y a San José (Mt 2,13.19).
En estas apariciones, el ángel habla en nombre de Dios, comunica un mensaje y después desaparece. Sólo en el caso de María el ángel espera una respuesta antes de desaparecer.

Dios espera el consentimiento de María para hacerse hombre en sus entrañas.

“Hágase en mi según tu palabra”(Lc 1,38). De esta forma destaca San Lucas el papel activo de María en la obra de la encarnación. En el plano actual de la salvación, la encarnación queda condicionada al sí de María. No porque Dios no tuviera otros caminos para la redención, sino porque su designio de amor le llevó a querer contar con la libre aceptación de María.
En la medida en que María colaboró con su sí a la encarnación del Verbo, hay que reconocer su eficaz colaboración a la obra de la redención. El sí es la parte puesta por María para que se lleve a cabo la obra de la encarnación del Verbo.

Unión de Jesús y María en la visitación.
“María se puso en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno e Isabel se lleno de Espíritu Santo” (Lc 1,39-41)
María va desde Nazaret a “una ciudad de Judá”, hoy Ain Karim, que está a pocos kilómetros de Jerusalén. Se encuentran Isabel y María, una pronuncia la alabanza: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” y la otra entona el canto del Magníficat.
La entrada de María en casa de Isabel provocó un auténtico Pentecostés. Isabel se llenó del Espíritu Santo y el niño que llevaba en su seno quedó santificado; de ahí las expresiones de júbilo y de agradecimiento de su madre.
No es sólo la lógica alegría del encuentro familiar; es, sobre todo, la manifestación jubilosa por la llegada del Señor. “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (1,43)
 Para Isabel, María es mucho más que una prima, es la madre que lleva en su seno al Señor, a Jesús, el que santifica. María está tan unida a Jesús, en su acción santificadora, como la madre está unida al niño que lleva en las entrañas, por eso Isabel ensalza la acción santificadora conjunta de Jesús y María.
“Por primera vez, María aparece aquí íntimamente unida a la Misión del Hijo de Dios: es en verdad la Madre del Señor. La Madre y el Hijo son una sola persona; la palabra de la Madre es transmisora de la palabra del Hijo, hace que el Espíritu de Dios se comunique y produzca el milagro divino en Isabel. Esta unidad de la Madre y del Hijo subraya con fuerza la realidad de la encarnación; verdaderamente Dios se ha encarnado de la Virgen María. Es hijo de María, María es Madre de Dios”. (Max Thurian, María Madre del Señor, figura de la Iglesia. Nota 10. 101)

La presentación de Jesús en el templo.
María y Jesús obedecen y cumplen la Ley de Moisés. San Lucas engloba aquí dos escenas diferentes: la presentación de Jesús en el templo para cumplir los deberes inherentes a un hijo primogénito y la purificación de María, prescrita en el libro del Levítico.

La purificación de María: “Conságrame todo primogénito (Ex 13,2). La mujer será impura durante siete días y al octavo será circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa, durante treinta y tres días, en la sangre de su purificación (Lev 12, 2-4)). Cuando se cumplan los días de su purificación presentará ante el sacerdote un cordero primal en holocausto y un pichón o una tórtola en sacrificio por el pecado (12,6). El sacerdote los ofrecerá ante Yavé y hará por ella la expiación y será pura del flujo de su sangre” (12, 7)
La impureza de la mujer que ha tenido un hijo es una impureza meramente legal, exenta de todo pecado; no obstante, María se somete al precepto y ofrece un sacrificio para su purificación.
La presentación de Jesús en el templo: Jesús entra por primera vez en el templo y es ofrecido al Padre por las manos del sacerdote Simeón. Jesús “nacido bajo la Ley, se somete a la Ley para redimir a los que estaban bajo la Ley” (Gal 4.4-5). María y Jesús cumplen los planes salvíficos del Padre.
 “Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él” (Lc 2,33)
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2,34-35)
Hay aquí dos profecías mesiánicas e, intercalada, una referencia profética a María. Según la interpretación más ampliamente aceptada, la espada de la profecía significa la participación de María en la pasión de Jesús, más allá de los sentimientos maternales humanos. 
La extraña redacción es interpretada como que San Lucas quiere darnos a entender que la pasión del Hijo y los dolores de la Madre forman una cierta unidad, que los sufrimientos de María, no en sí mismos, sino en cuanto incorporados a los de Jesús, forman parte de un suceso que pondrá a todos a favor o en contra “el escándalo de la cruz”. Este aspecto trágico y doloroso  de Jesús es presentado como signo de  contradicción que, al no ser comprendido ni aceptado, dividirá a los hombres y hará que se manifiesten los secretos de sus corazones.
La pasión, muerte y resurrección de Cristo serán, al final, la victoria definitiva. Es la victoria del amor, manifestado en el dolor y la muerte. “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca,  sino que tenga la vida eterna” (Jn 2, 16-18)




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