Los ejercicios de piedad son muchos y muy variados, por eso no hay un concepto claro de los mismos. Lo que se suele hacer, y es lo que hace la Marialis cultus, es poner ejemplos. Así se incluyen entre los ejercicios piadosos el vía crucis, el rosario, el ángelus, las novenas y otras oraciones en honor del Señor, de María o de los santos.
Los ejercicios de piedad se desarrollaron en
Los ejercicios de piedad han jugado un papel sustitutivo de las lecturas bíblicas y de las celebraciones litúrgicas y han centrado la fe y la piedad de los fieles en torno a los misterios centrales de la redención, que son la encarnación, la pasión y la resurrección del Señor.
La renovación litúrgica del Vaticano II insistió en volver a las fuentes de la Biblia y de la celebración sacramental, por lo que muchos de estos ejercicios piadosos sufren una cierta crisis. Vamos a comentar únicamente dos ejercicios de piedad marianos: el ángelus y el rosario.
El ángelus.
Nació en la primera mitad del siglo XIV, cuando el papa Juan XXII ordenó que se saludase a la Madre de Dios con tres Avemarías al toque de campanas del atardecer, que indicaba el cese del trabajo; con el tiempo, al toque de la tarde se unieron después el de la mañana y el de mediodía.
El ángelus es una oración que se puede rezar en público o en privado y que expresa los fundamentos de la fe cristiana; es válido para todos los tiempos y lugares, está en conformidad con la Biblia y, por su sencillez, es fácilmente comprensible por todos.
El ángelus no ha perdido actualidad, porque no ha perdido el valor de la contemplación del misterio de la encarnación del Verbo, del saludo a la Virgen María y del recurso a su misericordiosa intercesión. Ha disminuido su práctica, lo que es una pena, por lo que es urgente volver a su celebración.
Recuerdo mis años juveniles cuando, en medio de la faena en los campos de labranza, al toque del ángelus, el piadoso labrador se quitaba el sombrero y rezaba a la Madre de Dios. Espectáculo precioso que la vida moderna ha desterrado.
El Rosario.
No es posible fijar con precisión su origen histórico. La forma actual data de la segunda mitad del siglo XV, sobre la base de formas precedentes. Ya los monjes egipcios de los primeros siglos cristianos contaban sus oraciones vocales - el Padrenuestro, el Avemaría o ambos juntos – mediante granos o piedrecitas unidos por una cuerda.
La tradición considera a Santo Domingo como el verdadero creador del rosario.
A partir de Sixto XV (1478) el rezo del rosario ha sido frecuente e insistentemente recomendado por los Papas; de modo particular, León XIII, en el siglo XIX y Pío XI, Pío XII y Juan XXIII en el siglo XX. Pablo VI nos ha dejado la Marialis Cultus , en la que ofrece una amplia valoración de la naturaleza, importancia y valor pastoral del rosario. De todos es conocida la figura de Juan Pablo II rezando el rosario y sus innumerables intervenciones aconsejando su práctica.
Juan XXIII, en la Carta Apostólica sobre el rosario del 10 de febrero de 1962. dice: “El rosario, como ejercicio de piedad cristiano, tiene su lugar para los eclesiásticos, después de la santa misa y el breviario, y para los seglares, después de la participación en los sacramentos”.
Esencia del rosario.
Cada padrenuestro y su correspondiente decena de avemarías forman una unidad en la que se ofrece un misterio de la vida de Jesús o de María, ofreciendo una armónica sucesión de los principales misterios de la salvación.
Cada misterio ofrece un triple aspecto: la contemplación, la reflexión y la piadosa intención.
Al enunciar cada misterio es importante citar el párrafo bíblico que lo contiene, para tener vivos los elementos necesarios de contemplación y de reflexión. Importa más la contemplación del misterio que la oración vocal del Padrenuestro y las Avemarías, que sirven de soporte y medida a la contemplación y a la reflexión.
Es más, cuando se reza en privado, si la contemplación o la reflexión de un misterio no se agota en el tiempo de la oración vocal, es preferible interrumpir el rezo y continuar con la contemplación o la reflexión. En el rezo del rosario contemplamos los misterios de la vida del Señor procurando tener los mismos sentimientos que tuvo María, su Madre, en cada momento histórico del misterio.
“Sin la contemplación, el rosario es como un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: cuando oréis no seáis charlatanes, como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt 6. 7). Por su naturaleza, el rezo del rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de aquélla que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza” (MC 47)
El rosario se ha rezado públicamente en épocas tempestuosas del mundo y de la Iglesia , y como oración familiar ha sido uno de los elementos constitutivos de la religiosidad de las familias.
El rosario es una oración adecuada para nuestro tiempo.
Vivimos en un mundo en el que predomina la técnica y el racionalismo, un mundo en el que la importancia de las cosas y de las personas se mide por su utilidad. En este panorama surge inevitablemente la nostalgia de espacios de libertad, donde el ser humano pueda valorarse en sí mismo, donde pueda reflexionar sobre sus propios valores, su por qué y su para qué, su origen y su destino.
El rosario, bien meditado, ofrece ese espacio de intimidad para la contemplación y la reflexión. El ser humano, rezando el rosario, puede salir de la vorágine interior y exterior, que tanto le perjudica e introducirse en la interioridad y el recogimiento, con la ayuda de la repetición de la oración vocal.
“Hoy toda alma que reza no se siente sola y ocupada solamente en sus propios intereses de orden espiritual y temporal. Sino advierte, más y mejor que en el pasado, que pertenece a un cuerpo social en cuyas responsabilidades participa, cuyas ventajas disfruta y cuyas incertidumbres y peligros teme” (Juan XXIII. Carta citada)
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