TRISTE ES LA SOLEDAD, ALEGRE LA COMPAÑÍA; LA TUYA SERÁ PERFECTA SI TE ACOMPAÑA MARÍA.

sábado, 10 de septiembre de 2011

16.- MARÍA Y SU VIVENCIA DE LA FE

 

María en la Anunciación.
Tras el mensaje del ángel, María se está debatiendo interiormente, sabe que Dios es fiel con su pueblo, que para Él nada hay imposible,  y Ella quiere ser fiel a Dios. Son momentos de lucha y de conflicto interior. El ángel le da una señal del poder de Dios y María, sin comprenderla del todo, fiándose de Dios, respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
En ese mismo instante, se produjo la encarnación del Verbo en su seno; después se puso en camino hacia la casa de su prima. El primer abrazo eliminó todo conflicto interno, su alma se expandió en alabanzas a Dios con el canto del Magníficat. Su fe se confirmó y afianzó.

María en el nacimiento e infancia de Jesús

“María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón” (Lc 2,19).Con estas palabras recoge San Lucas la admiración causada en María por las cosas que habían contado los pastores.
Cuando Jesús, niño, es presentado en el templo al anciano Simeón, San Lucas dice: “Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de El” (1,33). 
Más tarde, en la bajada anual al templo, Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen y “María le dijo: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Él les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estas en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les decía” (2,48-50)

¿Cómo compaginar “estar maravillados”  con “no entendían lo que les decía”?
La actitud personal de María no es de rechazo, ni de duda, sino de apertura consciente a los signos que se le manifiestan, meditarlos y guardarlos en su corazón.
En el contacto directo con la humanidad de Jesús, con su hambre, su sed, su cansancio y toda la convivencia se le presentaron a María muchas situaciones para maravillarse y para no entender. Todas contribuyeron a probar y a acrecentar su fe. Pasó por un proceso largo y, a veces doloroso, de profundización. María se fía de Dios; no comprende sus caminos; medita y espera.

María en la pasión y muerte de Jesús
Es el momento más conflictivo en la fe de María. Como humana es combatida por el dolor en la soledad de la espera de nuevos acontecimientos.
Ante la tentación de la fe, María no se viene abajo, sino que reflexiona para tratar de entender lo que le deslumbra. Con los conocimientos que tiene del Antiguo Testamento intenta iluminar su oscuridad; es un esfuerzo por comprender los caminos de Dios. María medita y espera.
El punto de apoyo fundamental es su seguridad en la fidelidad de Dios. Es un convencimiento que precede a todo sentimiento. Su firmeza no es sentimental, sino que se apoya en su conocimiento personal de Dios. Su fe se hace fuerte porque se apoya en Dios, que es fiel a sus promesas.
María medita y guarda las palabras y los acontecimientos en su corazón, tesoro escondido que un día abrirá a los amigos de su Hijo.

Tiempos de luz y tiempos de oscuridad.
En la vida de María, como en la de todos los mortales, hubo tiempos de revelación, tiempos de luz, tales como los misterios de la infancia de Jesús, sus milagros, su resurrección, la venida del Espíritu
Mezclados con éstos hubo otros muchos momentos de penumbra y de  oscuridad. Unos y otros contribuyeron a la culminación de su proceso de fe. María con su esfuerzo y con la ayuda divina aumentó el contenido de su fe y su adhesión personal a Dios; comprendió, cada vez más ampliamente el misterio de Dios que se reveló en su Hijo. Se entregó, con fuerza creciente, al desarrollo de su propia vocación en la tierra, en espera de llegar al conocimiento perfecto de Dios, el día de su glorificación definitiva.

María, modelo de la fe de los cristianos
Los santos Padres vieron en la fe de María un dechado para la fe de los creyentes. También el C.Vaticano II insiste en presentar a María como modelo de fe ( L G 53-63)
La fe de cada creyente comienza en un encuentro personal con Dios. La creación entera es un sacramento de encuentro con Dios, que se hace presente y llama al hombre; pero, sobre todo, la fe “se contagia” por medio de la Iglesia, representada por los padres, los educadores y el conjunto de testigos que conforman el Pueblo de Dios y proclaman la salvación en Cristo Jesús.
Es en este espacio testimonial donde surge la invitación al seguimiento y la exigencia de una respuesta personal. El sí del creyente es, como el de María, la aceptación de una vocación a la obediencia y  disponibilidad a la Palabra de Dios.
Nuestra sociedad actual está saciada de palabras, necesita testigos, personas que, con sus hechos, contagien su fe, base y fundamento de las obras. El mundo, defraudado ante tanta vana charlatanería, se rinde ante los hechos de las personas que los testimonian con una vida entregada. También al cristiano se le revela veladamente lo que ha de ser su vocación de creyente. La vocación cristiana lleva necesariamente a situaciones conflictivas consigo mismo o con el entorno social en el se mueve cada uno. Es entonces cuando María adquiere todo su valor como maestra y modelo en la fe, enseñándonos que, como lo hizo Ella, los momentos difíciles se superan con la oración meditativa y la confianza en la fidelidad de Dios.
El fruto de este esfuerzo es un mejor conocimiento del contenido de la fe, una mayor adhesión personal a Cristo, el hijo de María, y un compromiso más amplio para ponerlo como centro de la vida, y una vida al servicio de los hermanos. La fe no es completa desde el principio, ni en María, ni en el creyente cristiano. Tanto en lo objetivo (amplitud del misterio) como en lo subjetivo (firmeza de la adhesión) siempre cabe más, siempre se pueden lograr nuevas y más altas metas en el conocimiento de la fe y en la plenitud de incorporación a Cristo Jesús.

Nuestras luces y tinieblas.
También  nosotros tenemos tiempos de revelación, en los que Dios nos habla más claramente y tiempos de tinieblas, en los que parece callado y alejado. En todos ellos, la actuación del Espíritu es real y eficaz, aunque nos parezca desconcertante o inexistente. 
La luz existe, aunque por nuestras deficiencias, no seamos capaces de percibirla. Todos los acontecimientos, de luces o de sombras,  sirven al Espíritu de altavoz para hacer su llamada. 
La salud o la enfermedad, el triunfo o el fracaso, la riqueza o la pobreza, la bonanza espiritual o la duda y la sequedad, todos son realidades en las que nos debatimos los seres humanos y de las que se sirve el Espíritu Santo para llevarnos a Él.
María oyó la voz de Dios y en su oración reflexiva se puso en actitud de apertura. La apertura del corazón es el camino para todo creyente. 
Dios se nos revela en la historia poco a poco, acontecimiento tras acontecimiento; sólo en la casa del Padre lograremos el conocimiento completo, mientras  llega ese feliz suceso, nuestro camino es la oración, la apertura de espíritu y la producción de abundantes frutos en favor de nuestros hermanos.





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