Los capítulos doce y trece siempre se han considerado como el núcleo del libro del Apocalipsis. Destacan unas figuras simbólicas, que vamos a intentar desentrañar: la mujer parturienta, el hijo de la mujer y el dragón.
La mujer parturienta:
“Apareció en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas, y, estando encinta, gritaba con los dolores del parto y las ansias de parir” (Ap 12, 1-2).
¿Quién es esta mujer?
Diversos simbolismos:
Diversos simbolismos:
1.- La mujer parturienta simboliza a la Sión ideal de los judíos, al pueblo de Dios del Antiguo Testamento, la nueva Jerusalén.
“¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, hermosa cual la luna, resplandeciente como el sol?” (Cant 6, 10)
Dice el profeta Isaías, refiriéndose a la nueva Jerusalén: ”Ya no será el sol la lumbrera de día, ni te alumbrará el resplandor de la luna, sino que Yavé será tu eterna lumbrera y tu Dios será tu esplendor. Tu sol no se pondrá jamás, ni menguará la luna, porque Yavé será tu eterna luz” (Is 60, 19-20)
Las doce estrellas simbolizan las doce tribus de Israel. Israel no es sólo el nombre de una raza étnica, los doce hijos de Jacob que serán el origen de las doce tribus, Israel es, además, un nombre sagrado, el nombre del pueblo elegido con el que Yavé hace una alianza.
Los dolores del parto aluden a este texto de Isaías: “Como la mujer encinta, cuando llega el parto, se retuerce y grita en sus dolores” (Is 26, 17)
La mujer del Apocalipsis tiene las mismas características que la Sión anunciada por los profetas, la Sión que alumbrará al Mesías y su salvación.
2.- La mujer parturienta simboliza al Pueblo de Dios del Nuevo testamento, a la Iglesia de Jesús.
“Cuando el dragón se vio precipitado en la tierra, se dio a perseguir a la mujer que había parido al hijo varón; pero, fuéronle dadas a la mujer dos alas de águila para que volase al desierto, donde es alimentada” (Ap 12, 13-14)
“Se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y tienen el testimonio de Jesús” (Ap 12,17)
En estos textos, es clara la referencia a la Iglesia. En los capítulos doce y trece del Apocalipsis se describen los esfuerzos del Mal para deshacerse del Mesías y de su pueblo.
El desierto es la figura del tiempo de prueba en el que la Iglesia es alimentada con la Eucaristía , como lo fue con el maná en el desierto. La imagen de las alas del águila indica la protección de Yavé y está empleada en Dt 32, 11: “Como el águila que incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así Él extendió sus alas y los cogió y los llevó sobre sus plumas”.
3.- La mujer parturienta es figura de María.
Esta interpretación ha sido y es ampliamente aceptada por los exégetas de todos los tiempos.
Junto al hijo que nace debe estar la madre que da a luz. Si el hijo es el Mesías, como veremos a continuación, la mujer es María, su Madre, ella es la mujer vestida de sol.
En Gen 3, 15 se habla de la mujer, Eva, vencida por la serpìente, el Diablo.
En Ap 12 se habla de la mujer, María, que da a luz al Vencedor del Diablo. Los dolores del parto no se refieren al nacimiento en Belén, sino al alumbramiento del Calvario. María, Madre biológica de Jesús participa de sus sufrimientos redentores en la cruz, y más tarde, del sufrimiento y las persecuciones de sus hijos adoptivos.
Esta interpretación mariológica no destruye las otras dos, sino que las sintetiza. María, como hija de Sión, representa al Israel antiguo; por ella Sión engendra al Salvador y con él un pueblo nuevo.
Por otra parte, María es la primera creyente, la identificación más perfecta del Pueblo de Dios, la Iglesia , que es la comunidad de las creyentes en Jesús. María es la cumbre del Antiguo Testamento y el modelo perfecto del Nuevo.
María es la figura central en la que se transparentan la Sión ideal de los profetas y el modelo perfecto de la Iglesia de Jesús.
El hijo de la mujer:
“Parió un varón, que apacentará a todas las naciones con vara de hierro” (Ap 12, 5) ¿Quién es este varón?
“Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra, los regirás con cetro de hierro” (Sal 2, 8-9)
“Vi el cielo abierto y había un caballo blanco y el que lo montaba se llama “Fiel” y “Veraz” (Ap 19, 11), tiene por nombre “Palabra de Dios” (Ap 19, 14), tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nombre: “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19. 18).
Sin duda, el hijo de la mujer es el Mesías, el Cristo vencedor de la bestia.
Metafóricamente puede referirse al Cristo místico, al Pueblo de Dios, a los creyentes en Jesús, que nacen y se consolidan en la fe por el testimonio de sus hermanos sometidos a sangrientas persecuciones. “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, decía Tertuliano.
El dragón:
“Apareció en el cielo otra señal y vi un gran dragón de color de fuego “(Ap 12, 3)
Ya el profeta Daniel anunció la lucha de la bestia contra el linaje de la mujer: “Vi la cuarta bestia, terrible, espantosa, fuerte sobremanera, con grandes dientes de hierro; devoraba y trituraba y las sobras las machacaba con los pies” (Dan 7, 7)
El dragón o la bestia personifica el poder del mal. A finales del siglo primero el mal estaba encarnado en el poder de Roma, en los emperadores sanguinarios, perseguidores de los cristianos.
El dragón es identificado como “la serpiente antigua”, en referencia a Gen 3, 15, “llamada Diablo o Satanás” (Ap 12,9). San Juan llama al diablo “el príncipe de este mundo” (Jn 12, 31)
Las siete cabezas y los diez cuernos simbolizan su terrible poder. Es el jefe de una colectividad que lucha a su lado, son las fuerzas del mal que, al final, serán vencidas por el Verbo de Dios.
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